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Nunca hables con extraños

Posted by Daniel PS on 13:24 in , , ,
Igual es pura ignorancia (casi que debe ser eso) pero creo que hay una enorme sequía de ficción infantil de carácter universal en los días que vivimos. Seguro que hay una producción de cuentos para niños que supera en un sopotocientos por cien lo que se venía haciendo siglos atrás; sin embargo, la globalidad de estos relatos didácticos se deja notar por su ausencia en los tiempos de la sociedad sin barreras culturales. Paradoja a la vista.

Hace muuuuchos años, no había niño o niña que no conociera historias como la de Hansel y Gretel, Garbancito, o Caperucita Roja. ¿La razón? El bestial impacto psicológico y emocional con el que estos relatos hacían mella en el oscuro imaginario infantil. Estos pasajes cargados de sangre, muerte y casi siempre canibalismo conectaban con la severa advertencia de 'no pasar' que pretendían ser las fábulas de obediencia y rectitud.

En los días de lo políticamente correcto y la hipocresía (estos que vivimos, no se vaya usted muy lejos...) se hace difícil dar un golpe en la mesa como con esas historias lúgubres y aterradoras que enraizaban en la mentalidad de los más pequeños con enseñanzas que pervivirían en su subconsciente durante toda su vida.

Por suerte, y precisamente de la factoría de ficción que pervirtió la esencia tenebrosa de los cuentos que educaron y atemorizaron a partes iguales (DIS-NEY), en los ochenta surgió un cuentacuentos de la vieja escuela, Tim Burton, que supo devolver al César lo que es del César. Él apadrinó a un joven creador, Henry Selick, quien firmó la que quizás es la película de animación más inquietante y herética que se ha realizado para el gran público, 'Pesadilla antes de Navidad'. Fue Selick, y no Burton, quien dirigió esta joya gótica ("Tim ni siquiera pasó por el estudio", cuenta en una pequeña entrevista que recoge Fotogramas en su edición de Junio), eso sí, a partir de conceptos del director de 'Eduardo Manostijeras'.

El sello Selick es patente, no obstante, en su nueva película, 'Los mundos de Coraline', cinta filmada en 3D a partir de la técnica favorita el autor, el stop motion. La historia, basada en un relato de uno de los gurús de la novela gráfica, Neil Gaiman, se construye sobre la fantasía del cáncer educacional de nuestro tiempo: la desatención a los hijos. Padres demasiados ocupados, escasa importancia del mundo de la imaginación, una vida que gira en torno a las horas extras y la productividad laboral y nulo peso de la opinión del menor en las decisiones familiares: todos síntomas del grisáceo universo en el que se ve implatada Coraline como la prótesis de un miembro amputado.

La nueva situación de la pequeña protagonista es caldo de cultivo para los flautistas de Hamelin, siempre en guardia a la hora de engatusar a quienes buscan ser el centro de atención. Coraline encuentra el mundo a su medida tras una diminuta puerta cerrada, encuentra colorido, diversión y todos sus deseos con una única condición: perder sus ojos a cambio de botones.

Resulta espléndida la forma en que Henry Selick hace accesible para el código infantil el delicado asunto de la perversión de un menor, sobre todo teniendo en cuenta que el lenguaje que emplea nunca deja de conectar con el imaginario de los adultos que puedan acompañar a los más pequeños en esta experiencia en tres dimensiones.

Un diez para los artífices de este relato, sobre todo teniendo en consideración que la anterior película que se pudo ver filmada desde cero en esta tecnología, 'Monstruos contra alienígenas', pecaba precisamente de obviar aquello de lo que esta cinta ha sabido hacer su buque insignia: la permeable e hiperactiva inteligencia infantil.

Si hubiese que ponerle una pega, quizás la llamada de atención recaería sobre la banda sonora que firma Bruno Coulais. Este sobresaliente compositor francés ha tenido la desgracia de, según puede intuirse en el tono general de la partitura, haber sufrido el síndrome del segundo plato: todo el universo que construye Selick evoca irremisiblemente al acelerado estilo de Danny Elfman, y probablemente la negativa del pelirrojo autor haya supueso una imposición de estilo para el que parece haber sido su sustituto en esta tarea. Sin embargo, donde ha disfrutado de espacio, Coulais ha sabido transmitir su impronta personal, algo que se detecta en el emocionante tema principal, un melancólico pasaje que con increible sencillez sabe trasmitir la inocencia de su joven protagonista.

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